Este estado se produce cuando la intensidad y el volumen del entrenamiento superan la capacidad del cuerpo para recuperarse, desencadenando una cascada de efectos negativos que pueden frenar nuestro progreso, e incluso dañar nuestra salud. Pero no desesperes, al igual que el camino de la superación personal requiere sabiduría y escucha, también podemos aprender a reconocer las señales y tomar medidas para evitar o salir de este peligro.
Aprende a distinguir entre las molestias típicas del entrenamiento y el dolor que indica un problema. Fatiga extrema, dolores persistentes, rigidez inusual o una sensación general de “no estar bien” son banderas rojas que no debes ignorar.
Un buen plan de entrenamiento debe incluir periodos de carga, pero también de descarga y descanso activo. No te dejes llevar solo por los kilómetros semanales; considera la intensidad, la frecuencia y el tipo de entrenamiento. Busca asesoramiento profesional si es necesario.
El descanso es tan importante como el entrenamiento en sí. Durante el sueño, el cuerpo repara tejidos, repone energía y se adapta al estrés del ejercicio. Asegúrate de dormir las horas suficientes y considera incluir siestas cortas si tu cuerpo lo pide.
Una dieta equilibrada y adecuada a tus necesidades como corredor es fundamental. Asegúrate de consumir suficientes carbohidratos para la energía, proteínas para la reparación muscular y grasas saludables para el funcionamiento general del organismo. No olvides la hidratación constante.
No te limites a correr siempre al mismo ritmo y distancia. Introduce entrenamientos de intensidad variable (series, cuestas...), rodajes suaves y actividades complementarias como el ciclismo, la natación o el fortalecimiento muscular. Esto evitará la sobrecarga en los mismos grupos musculares y estimulará tu cuerpo de diferentes maneras.
Un aumento sostenido de tu frecuencia cardíaca en reposo puede ser un indicio de que tu cuerpo está bajo estrés y no se está recuperando adecuadamente. Llévala a un registro y consulta a un profesional si observas cambios significativos.
Los ritmos por kilómetro y las distancias son importantes, pero no son la única métrica. Aprende a escuchar tus sensaciones durante el entrenamiento. Un día te sentirás más fuerte que otro, y está bien ajustar el plan si es necesario.
Los días de descanso no tienen por qué ser completamente sedentarios. Realizar actividades suaves como caminar, nadar a baja intensidad o montar en bicicleta de forma relajada puede ayudar a mejorar la circulación y acelerar la recuperación.
El progreso en el running lleva tiempo. Evita la tentación de aumentar el volumen o la intensidad demasiado rápido. Permite que tu cuerpo se adapte gradualmente a las nuevas demandas. La constancia a largo plazo es mucho más efectiva que los picos de entrenamiento intensos y seguidos de lesiones.
Hablar con otros corredores, un entrenador o incluso un fisioterapeuta puede proporcionar diferentes perspectivas y ayudarte a identificar posibles signos de sobreentrenamiento. No dudes en buscar ayuda si sientes que estás perdiendo el control.
Recordad, amigos, al igual que en nuestro trabajo mental, la clave en el running está en la escucha atenta, la paciencia y el equilibrio. Disfruta de cada zancada, pero siempre con la sabiduría de saber cuándo frenar para seguir avanzando con salud y alegría. ¡A seguir sumando kilómetros de bienestar!