Mi primer maratón Monterrey

Tenía 3 meses de estar participando en carreras de 10 km y me había enamorado de esta disciplina. El correr había estado cambiando mi vida, me sentía mucho mejor en todos los aspectos, físicamente había rebajado 12 kg y esto me estaba gustando mucho.


El 20 de noviembre de 2009 participé en una carrera de medio maratón, la cual pude terminar sin ningún problema. Ese día pensé si no sería muy precipitado correr el maratón que se realizaría el 13 de diciembre, faltaban 3 semanas. Pensé que tal vez era algo rápido correr esa distancia, no estaba preparado, pero la idea empezó a ganarme y decidí en la siguiente semana iniciar una simulación de distancia larga, a ver cómo me sentía. Corrí en esa semana siguiente 2 veces 21 km y el siguiente domingo una carrera de 10 km, me sentí bien y pensé que tal vez sí lo haría, pero apenas iniciaba el lunes y mi pie derecho amanecía inflamado y dolorido, me había lesionado por sobreentrenamiento. Esa semana no pude hacer nada, y solo me quedaba la siguiente, me di tiempo hasta el miércoles para decidir, y realmente seguía lastimado, aun así me inscribí, solo faltaban cuatro días y no estaba seguro si lo correría.


El sábado fui a recoger mi paquete y me llenó de emoción ver que era mucha gente la que participaría. Pensé: “Voy a asistir, si me siento mal, me saldré de la competencia”. Llevaba dos semanas de no hacer nada, ese sábado, 12 de diciembre, me tocó trabajar y contrario a lo que pensaba no salí temprano, se me tuvo que ocupar hasta muy tarde. Imagínense, fui a dar a mi casa a las cuatro de la mañana del domingo, solo dormí dos horas.

Me desperté tarde, mis hijos Sandra y Gustavo y mi esposa Mónica, y un sobrino, Adrián, iban a participar en el mini maratón y estábamos retrasados, alcance a llegar 15 minutos antes de iniciar, tan solo calenté alrededor de 8 minutos. Pensé: “Ya estoy aquí, lo que haya pasado antes de este momento está olvidado”.

Me sentí emocionado de estar ahí, en la línea de salida, empezó la cuenta regresiva de 10 segundos e iniciamos, sentí bien mi pie que había estado lastimado, di pasos firmes, terminé mis primeros 10 km del recorrido y me sentía bien, a los 20 sentí perfectamente mi carrera, no me había detenido, solo procuraba mantenerme bien hidratado, alcancé a llegar a los 30, vi la escenografía que representaba la pared, y yo me sentía perfectamente, llevaba 3:30, se me hacía buen tiempo, pensé que no tendría ninguna dificultad, pero al kilómetro 32 mi paso cambió, me sentí más pesado y empecé a reflejar cansancio, pensé que tal vez era momento de hacer una parada y recuperar, pero mi momento dramático llego al kilómetro 34, desde la parte baja de mi talón sentí cómo se estaba tironeando mi pierna derecha y, a la altura del chamorro (pantorrilla), sentí un dolor muy fuerte que me impedía caminar, me dejé caer al piso y le hice una seña a un joven que repartía agua para que me estirara.


Mientras él lo hacía, pensé: “No me voy a quedar a 8 km de terminar”. Sentí que el calambre pasaba y me incorporé, empecé a caminar, repitiendo: “Paso largo y se quita, paso largo y se quita”. Sentí cómo mi pie se recuperaba, empecé a trotar nuevamente despacio. Me dije mentalmente: “Cuando haces posible lo imposible, cambia tu vida y tu mundo se equilibra”. Esa frase la repetí muchas veces en el resto de la carrera. A esa altura vi cómo muchos abandonaban el recorrido, otros se dejaban caer por lesión, había avanzado hasta el kilómetro 38, volví a caminar, sentía que ya no podía, reinicié en el 39 y me dije: “De aquí hasta la meta”.


Llegué al 40, sabía que estaba cerca, pero a la vez se me hizo una eternidad, de repente me alcanza en el recorrido mi sobrino y me dice: “¡Tío, estás cerca!”. Tras de él llegan mis hijos y mi esposa, y me acompañan diciéndome: “Ya llegaste, mira la meta”. Les pedí que no se acercaran a mí para no desbalancearme y correr el riesgo de calambre nuevamente. Finalmente llegué a la meta, lo había logrado, 5:31 era mi tiempo de maratón, había terminado el recorrido, “soy un maratonista”, pensé.


Lo que siguió fue masaje y recuperarme en todos los aspectos, pero el logro que había conseguido ese día era indescriptible, tenía que estar ahí, todo el esfuerzo había valido la pena, tuvo que ser así de ese modo, con todo lo que implicó. Lo había vencido y sabía que a partir de ese momento ya no era el mismo, mi vida había cambiado.



Adolfo Domínguez Domínguez
adolfodgz@hotmail.com
Monterrey, Nuevo León - México


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