Mi primer maratón: Philadelphia 2012

Después de haber corrido cerca de 30 carreras de 10km y unas 5 medias maratones, había tomado la decisión de correr mi primer Maratón de 42 km.


Fueron cinco meses de arduo entrenamiento, entre 40 y 60 km semanales, cada día siendo distinto, adaptando mi plan a mi horario de trabajo, algunas veces a las 5 de la mañana, otras al mediodía, otras a las 8 de la noche. Mis carreras más largas durante el entrenamiento fueron de 30 km.


Hasta que llego el día, siempre me preguntaba qué iba a pasar cuando estuviera al final de la carrera, qué se sentiría. Planifiqué correr la carrera por pedazos, disfrutarla al principio, esperar el km 21 y luego ver qué pasaba. Esta vez viajé con dos de mis hijos: Alberto y Daniel.


El día antes de la carrera fui a la feria del maratón a buscar mi número, quede impresionado con la cantidad de corredores y de la exposición de productos para correr que habían en la feria. Aproveché y fui a ver dónde sería la salida para estar seguro de no equivocarme. Cuando llegué al sitio sentí una mezcla de emoción y compromiso, de no fallar, de hacer que mi entrenamiento y esfuerzo hubieran valido la pena. Ese día vi gente fotografiándose con la famosa estatua de Rocky, que a su vez fue vestido con la camisa del Maratón. Esa noche me sentía nervioso, traté de buscar un taxi que me llevara en la mañana a la salida, aunque el hotel estaba como a 1,6 km de la salida. El hotel no me garantizó transporte por la cantidad de corredores que había allí. Decidí levantarme dos horas antes y buscar taxi, si no conseguía, me iría caminando.


Al levantarme y salir a la calle la temperatura estaba a solo 2 grados centígrados, y para mi sorpresa, el primer taxi que pasó estaba disponible.
Había cumplido perfectamente mi primera fase. Estaba a tiempo a la salida del maratón, ya ubicado en mi corral de salida, pero a 2 grados centígrados, y a pesar de contar con ropa adecuada para el frio, era insoportable. Sin embargo, traté de hacer algo que me mantuviera activo hasta que corriera el tiempo y se diera la salida. Habían 18.000 corredores.


Al fin, estaba a punto de largar, me decía: “No viajaste y entrenaste tanto para fallar, tranquilo que lo vas a lograr”.


Mi amigo de Alfredo, que vive en Philadelphia, me había explicado más o menos el recorrido, pero en mi mente solo quería arrancar de una vez. Y al fin se dio la partida. Los primeros 10 km fueron muy rápidos, la mezcla de la adrenalina y el frío no me dejaban pensar mucho, solo traté de disfrutar la carrera, sin nadie con quien hablar me dediqué a ver las calles, la gente me saludaba por mi nombre, ya que lo tenía impreso en mi camisa, “Vamos Alberto”. “Go Alberto”. Era cómico ver a la gente desprenderse de la ropa que había llevado para el frío e ir dejándola tirada en la ruta.


Empecé a convertir las millas a km, cada vez que pasaba una milla, pero decidí no hacerlo y correr hasta llegar a la milla 13, que eran los 21 km.


El frío había desaparecido, me sentía fuerte, y dije: “Voy por la mitad, me siento bien, ahora es que comienza la carrera, no voy a pensar en ella hasta la milla 19”, que eran los 30 km. Al llegar allí me saludó un venezolano que me pasó y me dijo: “Vamos compatriota, esta carrera ya es nuestra”. Y así lo sentí, vi mi reloj y llevaba exactamente 3 horas, iba a vun excelente ritmo. Al llegar al km 32, sentí que solo me faltaba una carrera de 10 km, y me dije: "Así sea gateando esta carrera es mía”. Vi mi reloj y llevaba ritmo para hacer unas 4 horas, 10 min. La gente nos animaba más, me seguían diciendo: “Go Alberto, Go”, pero mis piernas comenzaron a pesarme, comía todo lo que me ofrecían buscando más energía, gomitas, gel, galletas, maní. Había gente acampando en la ruta haciendo parrillas, sentía que ya estaba listo, que la carrera era mía, hasta que en el km 35 mis piernas se acalambraron, y allí sentí lo que todos llaman el famoso muro. Si bajaba el ritmo me dolía más, y si seguía corriendo sentía que me iba a caer, un km antes dos corredores se habían caído cerca de mí por calambres y otros vomitando.


Por mi mente pasaba la idea de pararme y mandar todo al carajo, me decía: "Qué coño hago yo aquí sufriendo..." Ya en el km 38 me repetia: "Solo faltan 4 km, tú puedes hacerlo". Ya no me importaba el tiempo, solo quería llegar... Miraba al frente y me preguntaba dónde está la llegada, no la veo cerca. Bajé mi ritmo de carrera, mis piernas pesaban como plomo, los calambres desaparecieron, y solo escuchaba a la gente animarnos. Al llegar al km 40 vi el monumento donde estaba la estatua de Rocky, al final se escuchaba la famosa canción, al escucharla no había manera de que no corriera, al fin vi la llegada y dije: “Lo hice”.


La sensación al cruzar la meta y detenerse es una mezcla de dolor y de alegría. Me dije: ”No vuelvo a correr más... por lo menos en seis meses”. Al final mis hijos Alberto y Daniel me estaban esperando, lo había logrado: mi primer maratón en 4 horas y 30 minutos.



Alberto Cavadía - Philadelphia 2012




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