Todo comenzó en noviembre del año 2007; empecé a correr después de haber dejado de fumar, tenía 46 años, hoy con 50 ya cumplidos, el domingo 9 de octubre fue el gran desafío. Ha sido un año muy particular y muy duro, perdí a mi madre y es algo que todavía no puedo asimilar, ella me llamaba al móvil al finalizar todas las carreras, para saber cómo me había ido. Por eso, correr esta maratón fue algo muy especial para mí. ¡A su memoria!
El domingo empezó muy temprano, llovía un poco y había mucha humedad, pero eso no entorpecía en lo mas mínimo, todo estaba como se había planeado, los nervios y la ansiedad, no me dejaron dormir en toda la noche, pero estaba allí, con mi esposa Ana y mi hijo Ariel, que fueron los dos pilares más importantes en esta travesía que estaba por comenzar.
Con mi amigo José Luís Urtega, que es un corredor no vidente de 47 años, pero un corredor de verdad, nos dirigimos hacia la largada, el a buscar a su acompañante y yo a buscar mi posición de salida. A las 7:30, se largó la gran carrera, por suerte ya no llovía. Mi número era el 584, y lo llevaba en mi pecho con mucho orgullo. Por mi cabeza empezaron a pasar muchas cosas, los consejos de los que saben, los nervios de regular los kilómetros, para poder llegar y muchas cosas más.
Los primeros 21 km, los llevé bien, controlando los parciales en los tiempos que tenia estimado.
Después del km 30 es totalmente distinto, llegó algo desconocido, algunos le llaman el muro, el cuerpo empieza a pasar factura, allí es donde uno empieza a sacar fuerzas que no se sabe de dónde pero les juro que aparecen.
Desde el km 35 al 40, uno corre como dicen los verdaderos maratonistas, con el corazón, y les puedo decir que no mienten, se corre con el corazón porque las piernas no se sienten, o mejor dicho, se sienten mucho, duele todo menos el orgullo y las ganas de llegar. Yo miraba al cielo y veía a mi madre y corrí, corrí...
Al llegar al km 42, mirando al costado de las vallas estaban mi esposa y mi hijo y mirando al cielo, estaba mi madre, qué extraordinario: tenía a los que más quiero todos juntos. Solo faltaban 195 metros, fue una eternidad, el arco de llegada no se bella tan cerca y tan lejos ¡pero al final llegue!
Mire el cielo y vi. Mi madre sonreír, y sí lloré y lloré, se mezclaban muchas cosas. A los pocos metros me esperaban con la medalla de finalista, me la pusieron, la besé y ya estaban abrazándome mi esposa y mi hijo, y volví a llorar. ¡Misión cumplida!
Es una emoción que solo podés sentir si corriste una maratón, la gente te aplaude, te alienta como si fueras el primero en llegar, y ¡si! Todos fuimos ganadores, yo llegué en 4:12 horas, para mi fue récord mundial, el orgullo y la emoción no mostraban otra cosa. En ese momento no dolía nada, al otro día fue otro cantar, pero esa es otra historia.
Agradezco de todo corazón a mi familia, a mis amigos, a mi hermana del corazón, que me estaban apoyando, y a José Luís Urteaga, que estaba allí, y él sí que es un grande de verdad, porque en la categoría de no videntes salió primero, y estaba más contento por mi primera maratón que por su triunfo en particular.
Y a ti, Luís, que me apoyaste en momentos muy duros y siempre estas, ¡a la distancia sos un gran amigo! Si correr me sirvió para conocer grandes amigos, ¡bendito sea correr!
Y para terminar quiero decirles de este humilde corredor amateur: no dejen de intentarlo, ¡se puede! No tengas miedo a fallar, ten miedo a no intentarlo porque lo difícil se hace, pero lo imposible se intenta !
¡Hasta el proximo intento!